EL
VIAJERO
De
lo más recóndito,
atravesando
los bosques,
salteando
los viejos montes
protuberantes altares de la naturaleza.
Planeando
los valles,
sus páramos soleados
sus oscuros humedales,
entonces,
fue que hallé
los
versos más sinceros.
El
arcano significado tomó brillo,
su resplandeciente luz deslumbró,
-
¡aleluyas de
infinito amor! -
los
angostos pasajes de la razón.
Ante
la furiosa tempestad,
necia locura,
encontré
cobijo
en
una vieja ermita.
Santuario
de soledad,
bajo
su suelo hallé la cripta,
silencioso
lugar
de
polvorienta sabiduría.
Allí
dormitan los sueños,
pergaminos del alma
donde
se pelean las palabras,
para
que el Verbo tome Cuerpo.
Que
siga transitando,
lo mas lejano alcance…,
desde
el cielo al infierno
y del interior al exterior.
Explosión
de erráticas luces
ciegan
la senda del hombre.
Solo
la larga calma,
tras
furiosa tormenta,
devuelve
lúcida la sabiduría al alma.
¡Hay!..,
dichosa alma
que
implora y llora de jolgorio,
recogida,
ante los cálidos cantares,
del
anciano monje custodio,
crisol
de saberes arcanos.
En
el corazón de la ermita,
curiosos
sueños y
bellos recuerdos,
las
piedras sostenían
singulares letras vivas.
Laboriosamente
acuñadas
sigilosamente
enhebradas,
las
oraciones se fijaron durante siglos
por
el aplicado eremita.
Vestigios
jeroglíficos
de
largos viajes mentales.
Desnudo
en el suelo
sin
lecho, atormentado,
el
huésped viajero
sufría
el desvelo
de un mundo fracturado.
Arrebatos
del óbito cuerpo
reflejos claros del pasado.
Océano
de las almas
donde se reencarnan los muertos,
según, a cada cual, su peso espiritual…
Desde
que entró en aquel recóndito lugar,
poseído
había sido
por
un espíritu sacrílego,
íncubo descreído.
Chaman
borracho de datura
que
invadía el recinto,
rasgando
todas las razones
que
a duras penas le sostenían.
¡
Hay! alma ingenua…
llena, aunque vacua,
de tantos fríos saberes
absorbidos a desgana,
desfallecen raídos ahora
como hojas secas caducadas.
Del
centro del universo
abríosle
nueva fuente,
fluyendo renovado maná celestial,
re vivificante plasma vital.
Una
nueva riqueza,
manantial de agua fresca,
fuente
nacida de las piedras
de una vieja Ermita,
asilo
de atemporales druidas.
Resurgiendo
de la negra estigia,
el
agua de lluvia nueva
invadía su abierta mirada.
Las lanzas de sus ojos
ahora si alcanzaban certeras
las
dianas en el horizonte.
Desde
allí abstraído viajó,
levitando
sobre el santuario,
y voló sobre los cuerpos,
por
lejanías y peligros insondables,
por la infinita espiral del uno mismo,
cual
ave errática sin rumbo.
Allí
murió el inconsciente,
alineado
y tormentoso sino.
Nació aparatosamente,
sin
condición alguna,
el “ecce homo” reflexivo.
Tomó
las riendas de su propio destino,
preparado
para ofertar,
original simbiosis, en sacrificio,
plena
algarabía de emoción y potencial.
Aquel
viaje inolvidable
al
interior del alma
le
deshizo de vestiduras falsas,
rasgó
las esclavas formalidades.
Un
joven cuerpo de renovadas ideas,
resucitó
desde las entrañas.
Vieja escuela olvidada,
humilde
refugio
de
un Maestro visionario.
Misteriosa
fragua,
allí
donde se reinventa,
embarazosamente y pare,
el ánima renovada.
Reflejo
ahora y por siempre
del celeste manantial,
donde
saciará por siempre
la humana sed ,
su
intangible sed,
el indómito viajero espiritual.
*A
la memoria del eterno maestro.
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